Por Diego Espejo¹ y Leslie Forsyth²
Antes del COVID-19, la crisis mundial más popular era el cambio climático. Rápidamente, la pandemia se convirtió en la única preocupación de los países afectados por tratarse de un asesino masivo, mundial y que no respeta fronteras. Pero, ¿no es eso también el cambio climático? ¿Porqué nunca recibió la misma atención?
El pasado lunes el secretario general de las Naciones Unidas, el portugués António Guterres, dió un mensaje por el día internacional de la madre tierra. En el comunicado, Guterres plantea el vínculo de dos crisis: la climática, que se desenvuelve cada vez más aguda en las últimas décadas, y la pandemia, que sucede hoy ante nuestros ojos. “Los gases de efecto invernadero, al igual que los virus, no respetan las fronteras nacionales”, dijo.
Si bien ambas crisis irrumpen existencialmente sobre nuestras construcciones de lo que es y debería de ser una sociedad, no comparten la urgencia. Se ha hecho costumbre escuchar que estamos llegando al punto de no retorno, sequías, deshielos, inundaciones, ocurren a fuego lento; mientras que el COVID-19 arrasa con agilidad aterradora los sistemas de salud alrededor del mundo, pisa con furia a los más vulnerables, ocurren a fuego fuerte.
¿Es más importante una crisis que la otra? ¿Es momento para hablar sobre el cambio climático?
Las Naciones Unidas publicaron recientemente un artículo que se titula “El cambio climático es más mortal que el coronavirus”. Sin ánimos de plantear una competencia ociosa entre qué mata más, sí resulta paradigmático que los problemas medio ambientales no hayan nunca tenido la prioridad que vemos con la pandemia -si se toma en cuenta que cada año mueren 4.2 millones de personas por contaminación del aire y se espera que los impactos del cambio climático causen 250 000 muertes adicionales por año entre 2030 y 2050.
La mayor barrera para el reconocimiento público de la urgencia del cambio climático es la variabilidad natural del clima local, explican investigadores de la Universidad de Columbia. Básicamente, es difícil aceptar la existencia de una crisis global si por casa no se ven sus efectos. Pareciera que las consecuencias del cambio climático se ubican aleatoriamente, concepto que acuñaron como el dado climático –la probabilidad de que ocurran estaciones inusualmente cálidas o frías.
La descarbonización va demorar décadas porque sus beneficios son difusos, explican por su lado investigadores de la Universidad Victoria de Nueva Zelanda. Lo perverso aquí es la lógica monetarista de que los países no encuentran el suficiente retorno que valide la magnitud de esfuerzos necesarios para una reforma ambiental. Peor aún, a niveles nacionales sucede que las provincias suelen asumir los costos de nuevas políticas climáticas, mientras las élites metropolitanas consumen los beneficios. La descarbonización de estos años no es nuestro momento libre de energía nuclear de la década de los sesenta, la primera es de largo plazo y estructuralmente compleja, la segunda impostergable.
El desajuste entre cuándo y dónde debemos actuar, y cuándo se acumularán los beneficios de las políticas ambientales, ayuda a explicar por qué el cambio climático es un problema político y económico tan espinoso. Pero el peligro de tener dos crisis superpuestas es que la escala de los problemas y sus soluciones se distorsionan, se cruzan prioridades y, principalmente, se generan estrategias a corto plazo que impiden abordar riesgos de largo plazo.
No sólo estas crisis se superponen, se retroalimentan. La evidencia científica respecto a la correlación entre la degradación ambiental y el surgimiento de enfermedades zoonóticas es cada vez más sólida. No se hace difícil, entonces, identificar la letalidad del vínculo entre la devoción al crecimiento económico, la pérdida de biodiversidad y la probabilidad de que otro virus como el COVID-19 se propague en la humanidad -algo así como el dado pandémico.
Más de 170 expertos holandeses firmaron a inicio de este mes un manifiesto donde advierten que si continúa la degradación ambiental actual, la posibilidad de que nuevos brotes de virus se sumen a la pandemia actual es inminente.
La propuesta de los holandeses es radical y ve más allá de una reforma a los sistemas de salud. Se plantea el alejamiento del desarrollo centrado en el crecimiento del PBI a través de un marco económico basado en la redistribución, la transformación de la producción agrícola que se oriente hacia la conservación, a lo local, y la cancelación de deudas -especialmente para trabajadores y propietarios de pequeñas empresas y para países del sur global.
Recientemente, se ha observado una polarización entre las formas de cómo los países deben enfocar los rescates económicos ante la crisis. Existe una clara tensión entre el enfoque de la recuperación verde y la llamada recuperación marrón -vinculada a sectores productivos con altas emisiones.
En algunos países se está discutiendo si es lógico brindar rescates financieros a empresas petroleras, bajo la preocupación de que al brindarles incentivos, no solo se fijaría un futuro alto en carbono, sino haría imposible lograr cualquier compromiso ambiental en adelante.
Lobbies ambientalistas en Estados Unidos piden que se incluyan condicionalidades al salvataje de empresas aeronáuticas (como compromisos de reducción de emisiones a mediano plazo y de no reducir los puestos de trabajo durante la pandemia). La caída del precio del petróleo presenta una oportunidad para redireccionar las inversiones en energía y repensar si es necesario mantener la tradicional dependencia del uso de combustibles fósiles.
El gobierno de Francia recientemente expresó dos preocupaciones en relación al efecto de la pandemia sobre el bajo precio del petróleo. Este significa una amenaza a la transición hacia energías limpias y existe una incapacidad del mercado para incluir los verdaderos costos ambientales en el precio del barril. Ante esta situación, fue anunciado que se están diseñando mecanismos que aseguren que las energías limpias permanezcan por encima de un precio mínimo, a través del sistema de bonos de carbono europeo o la política de impuestos a la energía.
Por otro lado, China. Su consumo de energías basadas en carbón se recuperó y aumentó en relación a cifras previas al Covid-19. A pesar de sus inversiones en tecnología (5G, ferrocarriles de alta velocidad y puntos de recarga de vehículos eléctricos), se ha oficializado la simplificación de la supervisión ambiental de las empresas para incentivar una recuperación económica rápida.
A nivel global, las principales potencias emisoras (en producción y consumo) están haciendo cola para recibir ayuda de sus estados y exigir desregulación ante la pandemia.
¿Se puede hablar de un retroceso en las acciones que buscan mitigar el cambio climático?
Un caso en Perú puede retratar este retroceso. El 5 de diciembre del año 2018 se aprobó la esperada ley de plástico de un solo uso, con el objetivo de reducir los residuos plásticos que terminan afectando ecosistemas frágiles. A través de los supermercados y otras tiendas se empezó una fuerte campaña para promover el uso de bolsas de tela, de papel o reusables, llegando incluso a realizar un cobro adicional por cada bolsa de plástico.
A finales del año 2019 se había logrado reducir en 1000 millones de unidades de bolsas de plástico de un solo uso. Sin embargo, ante el contexto del COVID-19, con el objetivo de reducir los índices de contagio, el gobierno ha recomendado el uso de bolsas de plástico de un solo uso, para evitar tener que desinfectar constantemente las bolsas reusables. Esta recomendación no solo va en contra de sus propias regulaciones, si no que se suma al incremento exponencial de material desechable, como mascarillas y guantes, que se está usando y promoviendo para combatir este virus. Un reflejo de la fragilidad de nuestro sistema y su institucionalidad.
A pesar de lo evidente que resulta la necesidad de cooperación internacional en un escenario de pandemia, los países han mostrado un proteccionismo no visto desde finales de la segunda guerra mundial. Sin considerar que estas acciones pueden resultar contraproducentes en un contexto de globalización como el actual. En la misma línea, los países a pesar de firmar acuerdos y compromisos internacionales, demoran en implementar acciones drásticas para mitigar el cambio climático, esto ante la ilusión de que las consecuencias no les afectara a ellos directamente.
La naturaleza global de la crisis del COVID-19 nos obliga a reconocer un sentido de colectividad hasta hoy no visto por esta generación. Una imagen reveladora de esto se dio en la ayuda de China hacia Italia, que retrata no solo un cambio en el panorama geopolítico, sino la transformación del sentido del ‘otro’ y -en ello- el reconocimiento de que las acciones de una parte del mundo afectan a todas las demás.
Las crisis deben ayudarnos a repensar cómo funciona la sociedad y ninguna otra crisis global es más urgente que el cambio climático. Por eso es tan potente que mandatarios como Angela Merkel hayan comunicado su firmeza en que los gobiernos deben centrarse en la protección climática al considerar los estímulos fiscales para la recuperación. Desde el pedestal del país con mejor ratio entre fallecidos e infectados en el mundo, Merkel recomienda a los tomadores de decisiones que ambas crisis no solo tienen similar rango sino que no deben tratarse por separado.
Mucho de lo que hemos generado en detrimento a los ecosistemas está desencadenando enfermedades zoonóticas como el COVID-19. Cualquier acción humana que altere el equilibrio ecológico y ponga a algunas especies en riesgo puede afectar directamente la salud humana. No podemos ahora esperar que el diseño de políticas que solucionen la pandemia también resuelvan por sí solas el problema que la generó: ambos opuestos están en constante retroalimentación.
Este trabajo forma parte del proyecto “Agenda Perú: Repensando el rol del sector privado en el desarrollo sostenible” financiado por el Institute Development Research Center (IDRC).
¹ Geógrafo de la Pontificia Universidad Católica del Perú y MSc. en Economía y Gestión Ambiental por la Universidade do Porto. Investigador en el FORO Nacional Internacional.
² Socióloga de la Pontificia Universidad Católica del Perú y MSc. en Antropología, Medio Ambiente y Desarrollo por la University College of London. Directora Ejecutiva en el FORO Nacional Internacional.
Imagen: Michael Houtz